6.11.16

Sobre las raíces

Hace poco me di cuenta de que en mis raíces está ser un desarraigado. Con mucha tardanza, claro, porque lo que uno lleva pegado siempre es difícil de ver. Pero me he dado cuenta de que todo lo que soy es en parte todos los sitios en los que he estado, y en los que no me quedé. Y todo lo que lleva aparejado ser de ninguna parte.

Ser de ninguna parte es no acostumbrarse a ninguna almohada porque nunca es la última.

Es ver el horizonte como un objetivo.

Es tener nostalgia por lugares que no te pertenecen.

Es vivir sin sentirse atado a ningún paisaje.

Es recordar el tiempo más que el espacio.

Es rechazar identidades y etiquetas otorgadas por nacimiento.

Es acostumbrarse a perder equipaje, muchas veces valioso.

Es la necesidad de tomar un camino nuevo siempre que se presente la oportunidad.

Es buscar la personalidad del suelo que pisas.

Es no querer ver el límite a las experiencias.

Pero también es darse cuenta de que siempre voy a tener un viento que me temple los pies y me invite a descansar frente a las montañas que acaricia, y unas risas compartidas con quienes me saben anclar en un momento fugaz.


18.5.16

Sobre la sociedad feudal

-Disculpe, damisela rupestre, ¿sería tan amable de indicarme el camino a la tenebrosa Cueva de las Flores Negras?
-¿La Cueva de las Flores Negras?
-La mismísima. Y tenebrosa.
-¿Quién lo pregunta?
-Soy el afamado caballero Sir Ánder de Requentia y Ulírima, el de la prístina mirada, Conde de Tornamimbre y adalid de la justicia y el bien, a servicio de Su Majestad, así como de bellas damas como vuesa merced.
-¡Oh, mira qué bien! Si verdaderamente estás a mi servicio, una ayuda con el ganado y los campos sería de agradecer.
-Eh... sí... es... una oportunidad de probar mis aptitudes que aceptaría con gusto... en otra ocasión. Ahora el glorioso deber encomendado por el poder regio encamina mis pasos hacia la tenebrosa Cueva de las Flores Negras. 
-No, si ya decía yo. ¿Y qué vas a hacer en esa cueva?
-Has de saber, encantadora e ingenua pueblerina, que, de acuerdo a las leyendas, en la tenebrosa Cueva de las Flores Negras habita el peligroso dragón de piel rubí, irascible azote de toda vida, y mi misión, bendecida por Dios y dirigida por Su Alteza Real, es traer de vuelta la cabeza de esa bestia tras haber dado fin a su miserable existencia.
-¿Que vas a hacer qué cosa? ¿Pero cómo se te ocurre semejante barbaridad?
-Lo sé, lo sé, pero no habéis de temer por mi integridad, puesto que dispongo de mi parte una habilidad que ha sido probada en los aciagos campos de la...
-¿Cómo voy a temer por tu integridad? ¡Si llevas contigo a veinte tipos para ayudarte!
-No, llevo a dieciséis. Se trata de mi séquito, que porta mis alfanjes, enseres y pertrechos de batalla. Pero a la terrible bestia me enfrentaré en combate singular como prueba de mi imbatible destreza.
-¿Pero por qué ibas a asesinar a ese pobre animal sin necesidad ninguna?
-Bueno... de acuerdo a las leyendas susurradas por sus temerosas víctimas, el dragón piel de rubí es el perpetuo tormento de las buenas gentes de estas tierras. Sus brutales escaramuzas han costado la vida de fuertes labradores y jóvenes doncellas por igual, y ha devorado sin piedad ganados enteros como el vuestro sin la menor piedad. Su finalidad no es la supervivencia ni el alimento, pues dicen que su único sustento es el terror que infunde su sola presencia y que impulsa su ignota crueldad.
-¡Paparruchas! ¡Todo eso es propaganda del rey! ¡Lo sé hasta yo, que soy una iletrada de siglos antes de que se acuñase la palabra propaganda!
-¡Por todos los Santos del Cielo! ¡Se trata de una monstruosidad del tamaño del campanario de la catedral de Santiago, con tres hileras de desgarradoras y afiladas dentaduras diseñadas para la muerte! ¡Es una amenaza!
-A ver, es un poco más grande que una de mis vacas, y ni siquiera tiene dientes.
-¿Carece de dientes?
-Es un lagarto grande. ¿Cuándo has visto un lagarto con dientes?
-Aún así, se trata de una amenazadora criatura sobrenatural. He escuchado que tiene la capacidad de surcar los cielos y exhalar llamas ardientes como las del mismísimo infierno.
-Mi abuelita, que en paz esté, criaba pichones para el señor de estas tierras. Cuando crecían echaban a volar y nunca dijimos que los pichones de mi abuela fuesen sobrenaturales. Y lo del fuego es una exageración. Tiene muy mal aliento, el pobre. ¿Sobrenatural, dices? No tiene nada de sobrenatural, es un animalico.
-¡Basta de insolencia! ¡Exijo que me conduzcáis a la tenebrosa Cueva de las Flores Negras para que pueda dar muerte al dragón piel de rubí! El Rey es poseedor del juicio y la templanza de los hombres de su cuna, y es por ello capaz de reconocer el peligro que tal fiero ser puede suponer mejor que cualquier ganadera falta de seso. A buen seguro que dispondré de buenas mercedes de Su Alteza Real si dispongo de la cabeza de ese dragón, de modo que ya no tenga que establecer interacción en modo alguno con gentes de tan alta ignorancia y baja procedencia.
-¡Así que se trata de eso! ¡Tu manera de progresar socialmente es mediante el sangriento maltrato de una especie en peligro de extinción! ¡Muy bonito!
-Se acabó, preguntaré en otro lugar de este... ¡Por la Santísima Trinidad!

Sí, era el dragón. Había salido de la Cueva de las Flores Negras y estaba volando animosamente por los cielos resplandecientes de esa mañana de mayo cuando escuchó la conversación que acabamos de referir. Una de las características más desconocidas y fascinantes de los dragones es que su apetito se despierta de una forma inexplicable y fulminante en el momento en que escuchan amenazas de muerte. Movido por ese hambre repentina, el dragón se abalanzó con la velocidad del rayo sobre Sir Ánder de Requentia y Ulírima, el de la prístina mirada, Conde de Tornamimbre y, a la sazón, involuntario picoteo del Dragón Piel de Rubí. Su séquito intuyó por el sonido del crujir de los huesos de su señor que la batalla no se decantaría de forma favorable al humano, de modo que tuvieron a bien echar a correr siguiendo el camino inverso que les había traído hasta allí. El inmenso reptil tuvo mucha menos prisa a la hora de devorar al pomposo caballero, dándole tiempo al mismo de rezumar quejicosas frases como las que siguen:

-¡Ayuda! ¡Os lo suplico, ayudadme! ¡Oh, cielos estrellados, está partiendo mi armadura con la facilidad con que se parten los brazos de uno de esos infantes escasamente alimentados que gustan de tener los pobres! ¡Dijiste que esta bestia carecía de dientes!
-Bueno, a lo mejor me equivocaba en eso. Son tan pequeñitos que apenas se ven.
-¡Pero a fe mía que se sienten!
-Oh, estoy segura. De todas formas, no me tienes que reclamar a mí el haberte mentido por esa nimiedad de los dientes. El rey te ha contado muchísimas más mentiras y te vanagloriabas en ello.
-¡Me está matando! ¡Párelo!
-¡Ah, de modo que si el que mata es el dragón hay que pararlo, pero si es el caballero tenemos que darle un señorío lo suficientemente grande para que quepa su ego! ¡Pues eso se acabó!

Tras esas decididas palabras, Antonia condujo al dragón hasta la Corte del rey. No le fue muy difícil, pues estaba acostumbrada a pastorear. Recibido allí por su majestad, el colosal reptil fue nombrado nuevo Conde de Tornamimbre y obtuvo un ventajoso matrimonio con la tía-abuela del rey, todo en compensación por haber librado al reino del terrible mal que lo asolaba: Sir Ánder, el de la prístina mirada. Después de que el rey muriese atragantado por un ganchito, a su hijo le cayese una teja en la cabeza, el hijo de éste decidiera vivir una vida de austeridad en un monasterio apartado, su hermana se cayese a un pozo, su perro muriese envenenado víctima de un complot militar debido a los recelos despertados por su política de excavación de huesos y la mujer del dragón desapareciese misteriosamente el mismo día que amenazó de muerte a su marido en una disputa conyugal, el Dragón Piel de Rubí obtuvo el control del reino. Piel de Rubí I, el escamoso, fue recordado como uno de los reyes más benevolentes, justos y de peor aliento que tuvo ese reino. En cuanto a Antonia, su vida cambió radicalmente: de pastorear vacas pasó a ser la flamante poseedora de un rebaño de ovejas. Por lo demás, murió en la más absoluta pobreza.


16.5.16

Sobre la lejanía

Hoy he leído una felicitación de cumpleaños que nunca existió.

Y pienso en ella, que está lejos y quiere estarlo aún más. Que sigue siendo pequeña, pero tiene más fuerza que yo. Que ahora no es más que una escultura que oteo de lejos sin discernir el material del que está hecha. Que le va bonito, pero tiene mareas en su cabeza que chocan en violentas tempestades. Que no la quiero tener, pero la desearía contemplar.

Y pienso en ella, que está lejos, aunque aquí al lado. Pienso en un grandioso estreno vallecano del que nunca fue consciente, aunque podría haberlo sido. En un vale de viajes que se suicidó y tiene algún cajón como su ataúd. En que cada segundo el reloj corrió hacia donde debía con un tic-tac placentero. En los abrazos que quisiera darle, pero que la romperían.

Y pienso en ella, que está lejos y que no está. Porque nunca acudí a una cita que podría haberla definido. Porque no se percata de mi presencia al tiempo que yo finjo no existir. Porque la cambié por unas camisas hawaianas que no poseo. Porque el mar está en calma ahora y no hay piratas a la vista. Porque si naufrago, hoy no lo haré en el pasto.

Así que, mirándolo bien, soy yo quien está lejos.

2.4.16

Sobre la aleación de cuchillos

-El sillón está vacío, pero seguimos encadenados a él fatídicamente.
-Porque no puedes cortar el acero a mordiscos.
-Podría acomodarme yo entre sus brazos mullidos y dejar de naufragar bajo su peso imposible.
-No te engañes, las cadenas siguen impidiéndotelo.
-Pero aún puedo refractar una imagen de mi persona que ocupe mi lugar.
-Nunca serás tú.
-¿Qué hacer?
-La única solución es el cuchillo.
-Nadie te escuchará clamar revolución con un cuchillo entre los dientes. Quizá si fuese de plata...
-No se fabrican cuchillos de plata. Y si se los das a ellos, lo usarán para cortar choped.
-También tienes razón.
-Siempre la tengo.

30.5.13

Sobre el paisaje

El escenario cubierto de vida que se asienta en los cimientos del mundo nunca te pedirá que te acerques. Sólo lo harás para enfrentarte a la fuerza de su inmensidad definida que se alza impetuosa contra los vientos. Arrojar lo que eres a través de un camino que no existe delante de ti y que desaparece a tu espalda es la única manera de conquistar a la Tierra misma. Cuando tengas bajo tus pies kilómetros de vidas pasadas y años de quieta paz, sólo existirá tu voz calmada recorriendo el rotundo y pesado laberinto que la naturaleza ha dispuesto. En ese momento existes, al fin, como un ser independiente ajeno a las artificiales dependencias construidas por otros. La montaña.

Millones de brazos de un azul profundo que luchan contra tu cuerpo para que te adentres en la masa inconexa de una voluntad que no es ninguna. Puedes luchar, pero nunca vencerás. El producto de tu esfuerzo será el agotamiento y la muerte. Perdido para siempre en un desierto húmedo que anula tu humanidad. Cuando te hallas perdido en la inmensidad de una canción imposible y apacible que evoca el más primordial de todos los ritmos no puedes esperar que tus palabras lleguen a ningún sitio. Ese movimiento infinito del que proviene todo lo que acaba te devora con su imposible vastedad y sólo te queda luchar por recuperar tu libertad. El mar.

14.5.13

Sobre la anatomía de las aves

-Eres un pájaro ciertamente particular.
-Sí que lo soy.
-Tus plumas resplandecen a la luz de su propio fulgor, pues son llamas incandescentes.
-En mi abrazo se queman aquellos locos a los que la razón ha desesperado.
-Tienes un ojo cristalino y ciego, y otro que arroja siempre hacia delante una luz que jamás parpadea.
-Sólo quiero mirar hacia un lugar.
-Tu pico es cobrizo y romo, tan puntiagudo como una pelota.
-Nunca es mi intención herir a nadie con él.
-Te aferras con tus garras metalizadas allá donde te posas con ansia y nerviosismo.
-No sé si será el último lugar que me soporte.
-Sólo tengo una pregunta...
-Entonces yo sólo tendré una respuesta.
-...¿cómo puedes vivir con un corazón en llamas?
-La verdad es que no sabía que estuviese vivo, ni me importa.


26.4.12

Sobre los ojos inorgánicos

Llegaron en los estertores del siglo XIX, y con la muerte de éste, tuvieron que pasar a su sucesor en herencia. Empezaron con un  engaño sin intención. Se supone que era un tren, al menos parecía un tren. Las personas allí reunidas vieron un tren. Pero no lo era, sino la imagen de un tren. Imagínate la vergüenza de todos los reunidos en aquel sótano cuando descubrieron que sus gritos desesperados y sus intentos por esconderse habían sido provocados por una simple imagen falsa tomada de la realidad. Los hermanos Lumière debieron reír durante días.

Después reflejaron ficción, difundieron la irrealidad, impulsaron un nuevo arte. Al menos entonces fueron sinceras en su falsedad. Se aplicaron para mentir de forma tan excesiva que acabaron diciendo la verdad. A veces la imaginación puede mentirte de forma que te revele una verdad que la razón jamás había sido capaz de comprender.

Pero su verdadera naturaleza se reflejó cuando se aplicaron para difundir la verdad, los hechos que sucedían en el mundo, las imágenes a las que los ojos orgánicos jamás podrían llegar. Entonces fue cuando se supo: todo lo que pasaba por ellas se falseaba. Las acciones eran actuaciones al pasar por el velo de sus lentes. Las personas se volvían personajes cuando eran enfocadas por su mirada muerta. La realidad se estaba transformando en irrealidad, en una mentira remota que se transmite como verdad a un público al que cada vez le importa menos qué es la verdad. Como si quisiesen creer que el tren va a atropellarles, o como si quisiesen disimular que ellos gritaron ante la llegada del tren haciendo del tren una realidad tangible.

¿Y ahora? Ahora ya no registran sólo otras verdades hasta falsearlas, sino que también entran en la nuestra. La ficción cada vez se acerca más a la realidad y la realidad poco a poco va convirtiéndose en ficción. Nuestras vidas son papeles que debemos representar ante las cámaras que nos observan. Nuestro mundo cada vez se parece más a un escenario con un decorado muy poco realista. Shakespeare nunca tuvo tanta razón.